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EDUCANDO*

Anoche antes de dormir pensé en que tendría al niño a cargo toda la mañana. Cierro los ojos y no duermo, se me aparecen imágenes de sitios que he visto y del desastre en que está convertida la casa. Pienso en los parientes que están lejos, en ese miedo gutural que nos está comiendo. No queremos nombrarla, pero la muerte está ahí, asechándonos, y somos tan débiles, tan frágiles, tan humanos. Si viene no hay funerales, no hay vuelos, solo la casa y su luz de los atardeceres que cambian día a día con la llegada de este otoño recluso.

 

Un instinto que aborrezco me hace agarrar el celular. Lo había apagado a propósito. El desvelo y algún motivo inconsciente que no alcanzo a identificar me lleva a apretar fuertemente el botón de encendido. Ahí están, los mensajes, las cadenas, los remedios mágicos: tomar agua caliente para tener el cuerpo sobre la temperatura del virus. Me ofusco, voy a sitios coloridos. Ahí están “365 experimentos para hacer con niños”, ojeo rápido, tengo rollos de papel higiénico, ¡uf! no tengo colorantes, pero sí un poco de vinagre y creo que la última vez que usamos bicarbonato algo quedó. Haremos experimentos, quizás salve la mañana. Me despierto. Whatsapp del grupo del colegio: “¿estamos de vacaciones? ¿alguien sabe?”, “Dios nos proteja de la pandemia”, responde alguien, “a mí me llamó la tía”, “a mí no me llamó”, “¿Cuándo volvemos a clases?”, “señora no volveremos, hay una epidemia”, “este colegio es muy malo, yo tengo que trabajar”, “señora, las tías no son nanas”, “papitos y mamitas no peleen”, escribe alguien. Publicidad de emprendedores, “collares de ámbar a domicilio, entrega con delivery y totalmente higienizados”. Faltas de ortografía varias.

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“Mami, ¿qué hacemos?”. Pienso en la conversación de ayer con mi amiga, que está pagando más de la mitad de su sueldo en colegio bilingüe y hoy tenía videoconferencia con la miss: Tablet en mano, dos niños de menos de cinco años que pasan todas las mañanas ocupados con sus tareas en alemán. Conversamos de la demanda que prepara el centro de padres, se discute el porcentaje de rebaja al que pueden aspirar. Al menos yo no tengo esa angustia. Elegimos colegio público queriendo creer en la esperanza que se extingue de la igualdad, del Estado que se fortalece si no seguimos financiando a la educación privada. Y aquí estoy, con los rollos de papel en mano, construyendo rueditas y tratando de entender algo en el sitio del colegio que se cae, si estamos de vacaciones o no, si van a dar otra tarea o si es mejor hacerme la idea de que estamos en home school. El experimento resulta, pero a la quinta explosión del volcán que hemos construido con cartón, vuelve incesante la pregunta: “¿mami, puedo llamar al Edu?” no, mi amor, el Edu esta en clases virtuales a esta hora. “¿Y por qué yo no?”, no sé mi amor, ayúdame a barrer. Hay que jabonar la ropa porque se echó a perder la lavadora. “¿Señora, tengo que ir a trabajar hoy?”. Mensaje de Mary, la señora que nos ayudaba en casa: no Mary, lo mejor para todos es que se quede en casa, tranquila que le vamos a seguir pagando el sueldo. ¿Cómo está la Francisquita?. Mary me pone corazones, agradeciendo el gran “acto de amor” de pagarle el sueldo y responde: “ahí, haciendo tareas, pero lo malo es que yo no puedo explicarle mucho, y tampoco tengo impresora, mañana tiene prueba y no hemos terminado de leer el libro”.

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Timbre, tengo que bajar. Dejo lápices en mano, la lavadora andando y el encargo de “Pinta todo sin salirte”. Ahí está, llegaron los libros para colorear que mandaron los abuelos desde Santiago. Me los entrega el conserje y la Rosita, la nana de la señora del piso de abajo que no ha dejado de venir a trabajar. ¿Cómo está su nieto Rosita? “Bien, haciendo tareas lo dejé. ¿Usted sabe si están de vacaciones? Dicen que van a perder el año”. “No”, -dice el conserje-, “van a volver el 27 al colegio, están desinfectando las salas”. Conversamos, todos escuchamos cosas distintas. Nadie cree nada. Mensaje en el teléfono: “tenemos reunión ¡conéctate!” Pánico, corro. Allá voy, a seguir educando.

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ALEJANDRA CARREÑO C. Es Doctora en Antropología. Docente e Investigadora del Programa de Estudios Sociales en SAlud. Universidad del Desarrollo. Vive y trabaja en la X Región de Los Lagos, Chile. 

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